Por EBER HUEZO
Hace aproximadamente 22 años entrevisté a
un reconocido jefe pandillero de la mara 18 en los alrededores de la
colonia 10 de Octubre en San Marcos, San Salvador, le rodeaba un
grupo de sus compañeros -la mayoría adolescentes- quienes
atentamente escuchaban a su líder contestar a mis preguntas, que luego
las transcribí para un semanario en la ciudad de Los Angeles,
California.
Por su puesto que en esa fecha aunque las
pandillas ya daban qué hablar en las distintas colonias de la
periferia de San Salvador donde viven las familias más pobres, no
estaban tan proliferadas como ahora.
Las autoridades calculaban para ese entonces
unos 18 mil miembros, y los asesinatos se limitaban a unos cuantos
sin causar ninguna alarma en el país y la comunidad internacional.
El jefe pandillero, quien curiosamente era
hijo de una ex activista de la antigua guerrilla, hoy en el gobierno,
vio en mi entrevista una gran oportunidad para expresar ciertos
problemas sociales en el país que motivaban a los muchachos. sobre
todo a los adolescentes, a asociarse en los grupos antisociales. Una
de esas razones, me dijo, era la falta de oportunidades, la escasa
existencia de programas educacionales para la inserción y
re-adaptación a la sociedad de esos muchachos.
Me señaló a uno de los jóvenes que le
acompañaban -un adolescente, a quien le calculé unos 16 años de edad- y
luego me dijo: “Este por ejemplo, lo abandonó su padre para
emigrar a los Estados Unidos, no sabe ni siquiera leer y escribir,
mucho menos sabe un oficio; su mamá, apenas le alcanza para darles
de comer, mucho menos para mandarlo a la escuela. Si busca trabajo no
le dan oportunidad porque está tatuado, y la única forma que
encontró para sobrevivir fue integrarse a la mara”.
No recuerdo más sobre aquella larga
entrevista que le hice a este líder pandillero, pero si recuerdo que me confesó que
voluntariamente estaba dejando la actividad pandillera para dedicarse
a su hijo recién nacido, porque no quería que siguiera sus pasos de
convertirse en un pandillero cuando creciera.
Algún tiempo después supe que lo habían involucrado en un asesinato que no había cometido en la colonia 10 de Octubre. Sus compañeros habían asesinado a un cobrador
de buses por haberse atrevido a coquetear con la novia de uno de sus
miembros y las autoridades responsabilizaron a él por ser reconocido como el jefe de ese grupo delincuente.
Las palabras de aquel líder pandillero sobre el origen de las pandillas en El Salvador quedaron en mi memoria, aunque con los años he comprendido que
además de la exclusión social, el incremento de pandillas se deben al narcotráfico, la pérdida de valores cívicos y morales, la
desintegración familiar, la migración y la deportación de millares
de pandilleros desde los Estados Unidos entre otros.
De alguna forma da tristeza ver como en los
últimos 25 años los distintos gobiernos en El Salvador -incluyendo
el FMLN- sigan pensando que con represión van a desvanecer la
existencia de pandillas en el país, cuando realmente es todo lo
contrario.
Hoy por hoy, me llaman la atención dos
iniciativas que surgen desde dos extremos relativamente opuestos, la
voluntad del gobierno y el ex presidente Alfredo Cristiani, mandatario que firmó
los Acuerdos de Paz, para firmar un acuerdo que promueva la Cultura de
Paz en el país en el 2017.
Según ellos la declaratoria de promoción de
Cultura de Paz permitiría desarrollar actividades en cada uno de los
departamentos para hablar de los Acuerdos de Paz, donde sus
protagonistas narrarían su experiencia y narrar también cuáles
fueron los resultados de aquel acuerdo, y cuáles son los desafíos
que se tienen ahora.
La otra iniciativa surge de un grupo de
pandilleros, quienes dicen representar unos 60.000 a 70.000
integrantes. Ellos han manifestado su interés en abrir un diálogo
con el Gobierno para desmovilizarse e integrarse a la sociedad. La
oferta de las maras ha llegado a través de un reportaje en un
periódico digital salvadoreño que entrevistó a tres representantes
de las bandas criminales.
Los líderes justificaron su intención de
negociar para detener la crisis de violencia que vive el país
centroamericano y frenar la escalada bélica entre las pandillas y
las fuerzas de seguridad. Estos enfrentamientos provocaron en 2016
más de 500 muertos entre los pandilleros y un poco más de 60 entre
los agentes del Estado.
En el reportaje, uno de los pandilleros
asegura que “todo ser humano tiene derecho a cambiar”. Y agrega:
“No toda la vida va a andar uno haciendo cosas ilícitas”. En sus
declaraciones, los delincuentes, a los que El Salvador califica como
terroristas, proponen al Gobierno crear mesas de diálogo en las que
estén presentes el Ejecutivo, las pandillas, los partidos políticos
y organizaciones de la sociedad civil.
Resulta interesante que las pandillas
aprovechen el contexto de la conmemoración de los 25 años de los
Acuerdos de Paz para proponer nuevamente un dialogo con el gobierno
salvadoreño. Pero en este caso, un problema tan complejo como el de
las pandillas, parece difícil de resolver
para cualquier gobierno en el contexto del diálogo. Primero, porque
las motivaciones y acciones no son ideológicas sino
criminales. Los asesinatos, las extorsiones y el tráfico de drogas
están fuera de la ley, de manera que negociar con quienes cometen
esos delitos resulta improcedente desde mi punto de vista.
Es por eso que la “negociación votos por
privilegios” de algunos sectores políticos con las pandillas en
las anteriores elecciones en El Salvador, fueron criticadas
fuertemente porque se salía del marco legal para entrar a una
estrategia ilegal y corrupta para llegar al poder. Pero resulta hasta
cierto punto hipócrita abandonar esa premisa de la negociación
cuando sabemos que aunque el gobierno salvadoreño ha implementado
medidas represivas fuertes para reducir el accionar de las pandillas,
los resultados siguen siendo pobres, y lejos de vislumbrar una
solución, el problema se vuelve más complejo
Datos oficiales recientes indican que El
Salvador cerró el 2016 con 5.278 homicidios (14,4 diarios) para una
tasa de 81,2 por cada 100.000 habitantes. Y esa cifra representó una
reducción del 20% con respecto al año previo, cuando también se
registró un día sin homicidios: El 22 de enero de 2015. Fue en este
año, sin embargo, que el país recuperó el título de más violento
del mundo -fuera de los países en guerra- con una tasa de 104
homicidios por cada 100.00 habitantes.
Y las actuales cifras todavía están muy por
encima de las alcanzadas durante una polémica tregua con las
pandillas o "maras", repudiada por las actuales autoridades
y quienes tienen la esperanza de acabar con las pandillas, pero a
nuestro punto de vista es un ideal que no se va a cumplir aunque
pretendamos ser optimistas.
El futuro no es prometedor si tomamos en
cuenta el auge de las pandillas que se extiende a lo largo y ancho de
países como Honduras, Guatemala, El Salvador y México. A esto
debemos agregar la inminente deportación de más de tres millones de
indocumentados que en su mayoría son miembros de pandillas.
Es necesario buscar soluciones más realistas
basadas en su origen de exclusión económico y social y no solo
represiva como se pretende; la inclusión de los pandilleros a la
vida social no debe descartarse y no se debe descartar tampoco la
negociación, pero no una negociación de dame y yo te doy, porque no
es legal negociar con grupos que están fuera de la ley. Sino más
bien tener un paquete de propuestas concretas para que los miembros
de pandillas tengan la oportunidad de insertarse a la vida económica
y social del país.
Los modelos de inclusión deben tomar en
cuenta la salud mental y psicológica de todos aquellos que desean
salirse de ese mundo hostil como son las pandillas. Asimismo, deben
prepararse programas de salud mental que impliquen terapias
consecutivas tomando en cuenta que estos jóvenes son víctimas de
una psicosis de miedo e inseguridad y, como tal, están a la
defensiva.
Por otro lado, deben prepararse talleres
culturales que permitan una reeducación en la recuperación de
valores cívicos, morales y espirituales. Por último, crear talleres
vocacionales que les permitan a mediano plazo re insertarlos a la vida
social y económica del país.
Por supuesto que para lograr lo anterior es
necesaria la cooperación de todos los sectores del país, y en este
sentido, y la iniciativa de desarrollar un acuerdo que promueva la
Cultura de Paz en el 2017 es positiva, pero éste debe incluir,
además de enseñar a las nuevas generaciones lo que significó los
Acuerdos de Paz para El Salvador, propuestas concretas para darle
solución al problema de las pandillas que socavan la paz y limita a
la población vivir entre la violencia y la muerte.
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